Tengo poca edad, la suficiente para que mi madre me regañara por cada parche que le incrustaba a mis pantalones. La zona de la rodilla era la más afectada. Allí siempre aparecía una de esas piezas que desvestía al resto de la indumentaria. Si tenías un pantalón, qué sé yo, de color verde, el parche que lo adornara debía ser del tono inverso en la paleta cromática. Sólo de esta manera se cumpliría la máxima de las madres, que no es otra que convertir a su retoño en un traje de Desigual. De pequeño, cuando no tienes conciencia de si son los pavos los que bucean o los toros los que ladran, cuando no te importa jugar con vaqueros y rebeca en el patio del colegio, cuando tu mente está centrada en disfrutar y pasarlo bien, son los instantes en los que el deporte esparce sus valores por los participantes. Tengo muchos rasguños en los pantalones, es verdad, pero son de caerme por disputar una bola, por lanzarme al segundo palo para rescatar una pelota que huye, por evitar un tanto sobre la línea y, en el caso de los guardametas, por "hacer la cruz" con la insistencia de quien saca pecho ante la muerte, conocida por esas épocas como "un pelotazo en la cara/barriga/partes nobles". Tuve sangre en alguna que otra prenda, es verdad, "sangre accidental", de la que no tiene intención si no es por el mero hecho de competir. Recuerdo una de las ocasiones en la que una cáscara de pipa, teniendo yo una buena pana resguardándome las piernas, se incrustó en una de mis rodillas y me provocó una pequeña herida. Pensé cómo una cosa tan pequeña podía haberme traspasado el pantalón y llegado hasta la piel haciendo una gota de sangre. La cantidad no importaba, me daba igual si de mi rodilla brotaban las cataratas del Niágara, pero esa menudez pudo herirme. E insisto: sin intención. Imaginemos por un instante que la hubiera y que de la competición se pasara a la demencia de un tamaño superior al de una pipa. Prefiero no hacerlo porque en tantos años de fútbol sala nunca fue la solución a encrucijada alguna. Rompería mil pares de zapatillas, pantalones, sudaderas o calcetines antes de que las canchas de este deporte se llenaran de cáscaras de pipas.
*Por Antonio Pulido Casas (@Ninozurich).