Crisis de identidad en el Deportivo de la Coruña

Dicen los cada vez más detractores del fútbol moderno que hoy en día los equipos han perdido su identidad. Que no son reconocibles. Que el romanticismo se ha esfumado en pos del dinero y de la televisión de los horarios. Que ahora incluso hay conjuntos que lucen colores y escudos que nada tiene que ver con su historia. Que los estilos han desaparecido. Que los criterios a la hora de apostar por un tipo de juego o jugadores ya no existen. A veces uno ve a su equipo del alma en el estadio de siempre y no reconoce lo que ve. Eso está pasando hoy en día en La Coruña. En Riazor. Donde cada quince días juega un Deportivo muy alejado de su historia reciente.

12 Febrero 2013 - Escrito por Victor Hugo Arroyo Portolés

Hoy arranca una nueva jornada de Champions. Unos octavos de final con plena representación española (suerte a los cuatro). Una ronda de privilegio en la máxima competición europea en la que no hace tanto tiempo estábamos acostumbrados a ver al Deportivo de la Coruña. Un equipo históricamente modesto que irrumpió en la historia de la Liga por méritos propios: con el mítico Superdépor de Arsenio Iglesias primero y con el equipo de Jabo Irureta años después.

Pocos partidos de fútbol me han dado más satisfacciones que aquella histórica remontada ante el Milan de Kaká y compañía. O aquellas victorias a domicilio ante gigantes de Europa como el Bayern de Múnich o el Arsenal entre otros. ¡Lástima aquella funesta actuación arbitral que condicionó la eliminación en semifinales ante el Oporto de Mourinho!

De aquellos nombres ya legendarios como los Makaay, Diego Tristán, Fran, Luque o Pandiani quedan dos supervivientes en la plantilla herculina: los míticos Valerón (siempre a sus pies) y Manuel Pablo. Dos reliquias vivas, vestigios de un conjunto de leyenda que el tiempo ha ido diluyendo de la peor manera posible. Porque querido Deportivo, y lo digo con el corazón en la mano, ¡quién te ha visto y quién te ve!

Del cielo al infierno

Pocos ejemplos de pérdida de identidad se ejemplifican mejor que el Deportivo de la Coruña. Aquel equipo que ganó la Liga, que dio el Centenariazo en el Bernabéu, y que endulzó todo con un par de Supercopas fue poco a poco desapareciendo. La burbuja económica explotó, cuadrar las cuentas era cada vez más difícil, y el ajuste de presupuestos hizo que los objetivos de la entidad presidida por Augusto César Lendoiro fuesen siendo cada vez más humildes. Tanto como pelear por la permanencia. Algo que en 2011, no se consiguió.


Salvo los grandes de la categoría, nadie está exento de caer en el infierno. Y una rocambolesca carambola en otra agitada tarde de transistores hizo que el Deportivo de Miguel Ángel Lotina diese con sus huesos en la Segunda División. Si estás leyendo este artículo y alguna vez has vivido cómo tu equipo perdía la categoría sabrás lo que viene a continuación.


Cuadrar los números se convertía en algo más que un reto. Casi un imposible. Y todo ello con las máximas exigencias deportivas. Con cero euros. ¿Qué hacer entonces? Muchos optan por una medida arriesgada. Pactar con el diablo. De fianza, tu alma. Lo que en fútbol es tu identidad. Y en este caso, el diablo, hablaba portugués.

El diablo hablaba portugués

Jorge Mendes. El top de los representantes. El hombre capaz de colocar en el Real Madrid a hombres suyos como Cristiano Ronaldo, Di María, Pepe, Fabio Coentrao, Carvalho y lo que te rondaré morena. Un gigante cuyo primer paso lo dio en La Coruña. Con una operación en la que el portero Nunes acabó en Riazor. Los caminos de Mendes y Lendoiro volvían a encontrarse el año pasado, donde el agente parecía querer devolver el favor a su primer cliente.

Así llegaron los Bruno Gama o Salomao, y el equipo de José Luis Oltra volvía al lugar de donde nunca debía haber salido, batiendo todos los registros en un año en que también fueron importantes los Guardado, Colotto o Lassad. Tres hombres que abandonaron tierras gallegas al siguiente verano.


El daño económico que provoca un descenso se hace aún mayor al año siguiente. Cuando echas en falta los ingresos de televisión del año pasado. Y teniendo que confeccionar una nueva plantilla con la que evitar otra visita a los infiernos. Con la cartera vacía, Mendes volvía a abrir los brazos a Lendoiro. Acogerse a ellos parece lógico, pero, ¿hasta qué punto?

André Santos. Evaldo. Roderick Miranda. Tiago Pinto. Nelson Oliveira. Pizzi. Seis lusos más para una plantilla en la que seguían Ze Castro, Salomao y Gama. Nueve. El gallego empieza a sonar más a portugués. La Liga arranca y el equipo no funciona. Las victorias no llegan, y únicamente Pizzi ofrece una buena versión. Como las cosas van mal, se empieza a hablar de clanes. La afición no reconoce a su equipo. Y como todo se rompe siempre por el lado más débil, Augusto César Lendoiro cesa a José Luis Oltra.


Nunca se había caracterizado Lendoiro por echar entrenadores. Todo lo contrario. Augusto comenzaba a hacer cosas que no le gustaban. Tanto que el equipo entra en Ley Concursal. Sí, Ley Concursal. La misma que tanto había criticado el máximo mandatario deportivista con anterioridad, llegando incluso a pedir el descenso administrativo del Real Zaragoza en su día. Pero la pela es la pela, y sin dinero no hay paraíso.

Había que buscar un nuevo entrenador, y cuando la crítica sobre los portugueses parecía tocar su punto álgido aparece... un técnico portugués. Si no quieres caldo, dos tazas. Domingos Paciencia, un técnico con cero experiencia en la Liga española, era el encargado en lograr la salvación. Ganó su primer partido, y se acudió al mercado de invierno. ¿Adivináis a donde se miró para buscar refuerzos? Premio.


Silvio, lateral defenestrado en el Atlético, un tal Kaká, central llegado de la potente liga húngara, y Paulo Assunçao, no un chavalín precisamente. Se cierra el mercado, y se acumulan cuatro derrotas consecutivas. La paciencia con Paciencia llega a su fin. El luso se va. Y Lendoiro busca su tercer entrenador de la temporada.

Vuelven las carreritas. Ahí aparece Fernando Vázquez. Seis años después, el técnico gallego vuelve a la palestra de la Liga para intentar enderezar la nave de un equipo que suma dieciséis puntos, a seis de la salvación, y con nada más y nada menos que nueve portugueses (Roderick y Tiago Pinto ya no engañaban a nadie a las alturas de diciembre). Difícil papeleta para un hombre del que nunca olvidaré cómo lloraba cuando no pudo evitar el desceno del Las Palmas mientras la afición le ovacionaba desde fuera del autobús.

Ojalá pueda salvar al equipo, lo digo con el mismo corazón que se rompió cuando Djukic falló aquel penalti cuando un servidor tenía apenas nueve años. Muestras de que hay tiempo, las hay. De hecho desde lo que hizo el Real Zaragoza el año pasado (salvarse remontando once puntos) ya me creo cualquier cosa.
 

Y vosotros, ¿qué pensáis? ¿Hay tiempo? ¿Es Fernando Vázquez la persona ideal para salvar al Deportivo? ¿O es demasiado tarde? ¿Purgará Lendoiro su pacto con el diablo portugués en el infierno de la Segunda División? ¡Hagan sus apuestas y comentarios!

 

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