El pasado sábado estaba viendo el Osasuna-Barça en un bar y además de verlo, me fijé en la reacción de la gente ante lo que se estaba dando: al equipo culé se le estaba resistiendo excesivamente el partido ante un rival que a priori no tendría que darle problemas.
Conforme avanzaba el encuentro confirmaba aquello que pienso desde hace mucho, yo diría que desde que tengo uso de razón o lo que es lo mismo, desde que veo fútbol: los seguidores de este deporte carecemos de memoria alguna. Es algo exagerado, especialmente en los grandes. Todos recuerdan cuántos títulos ganó su equipo y cuándo, pero tan pronto están rememorando esto, se dedican a insultar a los mismos jugadores que cosecharon esos éxitos. No digo que yo no lo haya hecho alguna vez, pues en momentos de frustración se puede decir cualquier cosa, pero todo tiene un límite.
Una de las perlas que soltó un señor, el cual creo que no dijo absolutamente nada bueno de su equipo (Barça) en todo el partido, fue: “¡Qué malo es Adriano!”. Atónita me dejó. No me malinterpretéis, soy la primera que cree que en asuntos de gustos, nadie puede decirte nada, pero… oiga, decir que Adriano es malo son palabras mayores. Al menos yo lo veo así. Ahora bien, tampoco podía esperar mucho de alguien que estaba reclamando que Tata Martino sacara a Alexis Sánchez cuando el chileno no estaba convocado…
Hace mucho que observo a la gente mientras ve fútbol. Y yo me imagino y oigo a mí misma y, la verdad, me doy un poco de miedo a veces. Lo vivimos de tal manera que a veces olvidamos que es algo realizado por humanos, los cuales siempre pueden fallar y alejarse de la perfección porque esa es una de las bases del ser humano.
El día que entendamos que no siempre se puede ganar, hacer que la gente babeé con tu juego y ser los reyes del fútbol… Ese día disfrutaremos verdaderamente de él.
No podemos dedicar todos los insultos que tenemos en el tintero a un jugador el sábado y el miércoles gritarle: “¡Crack!”.