La Ficha:
Nombre: Michael Laudrup.
Especie: Guardián del fútbol.
Marca de la casa: Asistencias mirando al tendido.
Pintas: Mi nombre es Bond...
Letal: Donde, cuando y como le dé la gana.
Le rinden pleitesía: Cualquiera que ame este deporte.
Riesgo de extinción: ‘Rara avis’
¿Cómo era?
Rápido, técnico, fino, elegante, clarividente… Un líder natural sobre el campo que sostenía el juego de ataque en sus equipos. Físicamente, decir que Laudrup tenía planta de futbolista es quedarse corto.
¿De qué jugaba?
Aunque está considerado como uno de los mejores mediapuntas del fútbol moderno, rey de las asistencias imposibles, su posición natural era la de extremo. Y si me apuran, hasta diría delantero. Porque, a diferencia de otros grandes pasadores, Laudrup mantuvo el instinto del gol a flor de piel durante toda su carrera (en su última temporada en activo, marcó 13 goles en 26 partidos con el Ajax).
¿Por qué me acuerdo de él?
Porque en el patio del colegio todos queríamos ser Michael Laudrup. La estrella danesa aterrizó en el Calcio siendo muy joven. En las filas de Lazio y Juventus mostró destellos del superclase que llevaba dentro. No obstante, las enormes expectativas que generó su llegada a Italia le pasaron factura, y su carrera comenzó a experimentar un progresivo estancamiento. Entonces, apareció en escena Johan Cruyff, quien le convenció para que hiciera las maletas rumbo a Barcelona.
¡Y allí el gran Laudrup explotó! Los hinchas del Camp Nou se frotaban los ojos viéndole en acción. Era como estar frente a varios tipos de futbolistas, pero concentrados en uno solo. Por un lado, los aficionados se encontraron con un jugador rápido y preciso en carrera como pocos han existido. De zancada elegante y cabeza siempre erguida, recorría el campo sorteando rivales con el balón cosido a la bota. Todo impulsado por un motor que, como los Fórmula 1, contaba con siete velocidades.
Habilidoso, su repertorio de regates era ilimitado. Capaz de pasarse el balón de una pierna a la otra en menos de lo que se tarda en pestañear. Bien en parado, arrancando, o ya en velocidad, era completamente imprevisible. Ruletas, sombreros, caños, amagos, autopases, arrastrando con la planta… ¡un auténtico festival!
Dominaba el tempo de los partidos a su antojo. Aceleraba el ritmo cuando hacía falta y lo enfriaba en caso de ser necesario. Porque Laudrup no se escondía nunca. Si costaba elaborar jugada, bajaba a recibir hasta donde fuera preciso. Si las defensas se cerraban, él se dejaba caer a las bandas para ensanchar el ataque. Es una faceta que, quizás, no se le reconoce tanto. Pero, para mí, era un futbolista muy inteligente tácticamente.
A todo esto, como decíamos antes, el danés tenía gol. Además saber definir en jugadas personales, Laudrup fue un excelente llegador. Guardaba un látigo en cada pierna que sacaba a pasear cuando merodeaba la frontal del área. Incluso desde posiciones más alejadas, su golpeo no perdía un ápice de potencia y precisión.
Y, por fin, llegamos a su faceta más alabada: la capacidad para inventar pases de gol. Eso no era visión de juego… era un radar de la NASA, por lo menos. El tío tenía ojos hasta en el cogote. De no ser así, no se explica como era capaz de ver lo que pasaba sobre el campo en todo momento. Como lo del huevo y la gallina, a veces no sabías que había sido primero: si el pase de Laudrup o el desmarque del compañero. Eso sí, simplemente con ver el hueco, no es suficiente. Sin el toque y la precisión de un crack, sería imposible servir esos balones.
Por todos estos motivos (y por algunos más que seguro, me dejo en el tintero), la grada del Camp Nou utilizó el término ‘Enjoy Laudrup’ para referirse al danés, un pilar indiscutible del Dream Team. Sin embargo, en la temporada 93-94, el Barcelona fichó a Romario como cuarto extranjero de la plantilla. Por aquel entonces, solo podían alinearse a tres futbolistas foráneos a la vez, y Michael fue el sacrificado en la mayoría de los partidos importantes (los elegidos eran Ronald Koeman, Hristo Stoichkov y el citado Romario). Así que, molesto por el trato recibido, Laudrup decidió abandonar el club a final de campaña y fichar por el máximo rival: el Real Madrid. En Chamartín pasó dos años en los que brindó tardes memorables. Después, ya en la recta final de su carrera, volvió su país antes de vivir una última aventura en el Ajax de Ámsterdam.
Con la selección de Dinamarca, Michael Laudrup debutó en el año 1982 y se retiró en 1998. Participó en las eurocopas de Francia’84, Alemania Federal’88, e Inglaterra’96. También jugó los mundiales de Mexico’86 y Francia’98. Caprichos del destino, no acudió al europeo de Suecia’92 por apoyar a su hermano Brian, enzarzado en una disputa con el entonces seleccionador Jan Moldby. Dinamarca ganó el torneo. En total, Laudrup disputó 104 encuentros con su país en los que anotó 37 goles.
Un momento mágico:
De manita en manita. Estando en las filas del Barcelona, Laudrup formó parte del equipo que venció al Real Madrid por un resultado de 5-0 en la temporada 93-94. Un año después, está vez de blanco, venció por el mismo resultado al conjunto catalán en el Santiago Bernabéu.
El Laudrup de hoy:
Si hubo alguien parecido en los últimos tiempos, ese fue el mejor Kaká que vio el Milan. La gama de regates del brasileño era más reducida que la del danés, de acuerdo. Pero sí tenía esa carrera poderosa, ágil y elegante. También un formidable golpeo de balón y una buena lectura de jugada en los metros finales (sí, me doy cuenta de que hablo de Kaká como si fuera ya un exjugador).
Luego está la prensa, que se empeña en compararle con Iniesta. En fin… Puedo entenderlo, porque la capacidad de asistir de ambos es sobrenatural. Incluso se asemejan en la forma de pisar el balón y los cambios que hacen de una pierna a otra. Pero, aparte de que Laudrup era mucho más goleador (y más desequilibrante en velocidad), no puedo evitar recordar la diferencia de altura (13 centímetros, para ser exactos) que existe entre ellos.
A continuación os dejo un vídeo con sus mejores jugadas, no perdáis la oportunidad de recordar a este magnífico jugador.
